Son las once de la mañana y Ioana ha conseguido liderar la plaza de Felipe II. Lleva haciendo noches desde el pasado jueves para ver a los Backstreet: «Por ellos todo. Vi que nadie quería venir a hacer cola y me vine yo sola». Unas cincuenta mujeres- unas sentadas, otras incorporadas comiéndose un bocadillo- se han apuntado a una lista casera para respetar el turno de llegada. ¿El premio? Ver a sus chicos a menos de diez metros.

El sol ha bajado, pero la energía solo sube. Son las ocho y media de la tarde y las puertas ya están abiertas. Por el WiZink Center (Madrid) han pasado cientos de bandas, pero nunca –o al menos eso parece- un grupo de fans como el que está a punto de dejarse la garganta.

El escenario no parece el mismo en el que actuaron artistas como Ed Sheeran o Bruno Mars. De la plataforma nace una pequeña escalinata, por la que en unos minutos bajará el quinteto. El estrado abre espacio a un foso en el que un grupo reducido y privilegiado de fans disfrutarán de los estadounidenses en contrapicado.

Con rigurosa puntualidad se apagan las luces y se encienden las pantallas de los móviles. Las cámaras están preparadas. Pum, Pum. Al sonido estrepitoso le acompaña el rostro de  Nick Carter sobre la pantalla. Los gritos son escandalosos. ¡Pum Pum! Es Kevin Richardson. Pum Pum: Brian Littrell, AJ McLean y Howie Dorough completan la presentación.

La pantalla se divide por la mitad y descubre a los cinco protagonistas que comienzan a entonar su clásico I Wanna Be With You. «I want to be with you, it’s crazy but is true», suena. Las indumentarias no tienen desperdicio, porque no serán una, ni dos, ni tres las veces que se cambiarán de ropa. Con las mismas cazadoras y al ritmo ochentero mueven sus brazos y caderas a la vez.

Los chicos saben a lo que vienen. Conocen a su público a la perfección- un 90% son mujeres- y les dan lo que quieren: muchos besos, algunas carantoñas y, de vez en cuando, un «muy bonitas». El público está como loco mientras canta «I don’t care who you are, where your from, what you did, as long as you love me…».

Pero el momento culmen viene con el tercer modelito. Esta vez no se cambian de vestuario tras las cámaras, lo hacen sobre el escenario haciendo de ello un show. Tras una mampara y conversando por el micrófono van quitándose prenda por prenda y arrojándolas a sus fans a modo de souvenir. Se diría una despedida de soltera a lo grande.

El concierto ha llegado a su ecuador, pero el calor no remite en la segunda parte. Porque los artistas no solo llenan la sala de música, sino que el espectáculo es tan dinámico que recuerda a un circo. Tan pronto desaparecen por debajo del escenario, como vuelven por arriba del mismo. Y a eso se le suma el juego de luces y paisajes que acompañan a cada uno de los temas.

Hora y media después llega la canción más esperada. Aún no se distingue del todo, pero el ambiente habla por sí solo. Únicamente puede ser Everybody. Ni para entrar ni para salir: los Backstreet Boys han introducido este tema como otro cualquiera.

A las 10.45 horas desaparecen del escenario con I Want It That Way. Unos silban con todas sus fuerzas, mientras otros piden «otra, otra». El quinteto ha viajado desde muy lejos para dejarles con las ganas. Así que, vuelven con Don’t Go Breaking My Heart y Larger Than Me.

Ahora sí que sí, tras dos horas de concierto y 34 canciones, los 15.000 asistentes, que acabaron con el aforo del recinto, se marchan a casa. Con seguridad, esta noche Ioana dormirá en su cama más que satisfecha.

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