Polifacética hasta el final, un fin que le vino anunciado y cuya cercanía no había ocultado, Eleonora Salvatore González, hija de Lucía González Bosé y su primer marido Alessandro Salvatore, hacía más de dos años que padecía cáncer de mama, y no lo escondía. Tampoco la metástasis en huesos, hígado y corazón. Su cáncer podría ser de los fulminantes.

Pese a todo, hasta el pasado verano continuó trabajando como modelo. Fue en esa profesión donde corrió una de las mejores fortunas: pisó las pasarelas más importantes y posó para los más relevantes.

La modelo quiso ser fotografiada –fue portada– tras la operación de pecho (en mayo de 2014 se sometió a una mastectomía de la mama izquierda). Y aún más: desfiló meses después con modelos que no ocultaban la pérdida del pecho.

La enfermedad siguió hasta que este 23 de enero murió a los 41 años en el hospital Ramón y Cajal de Madrid. Llevaba ingresada desde el pasado martes, que la trajeron desde Sotogrande (Cádiz), donde estaba retirada.

Ella, que se definía como una persona sin miedos, y que cuando los tenía los usaba como motor, afrontó muchos de los retos que llevó a cabo, sólo porque el miedo no venciera. Y fueron varios, uno de los que más la divirtieron era el de la música: fue cantante, trabajó en su propio sello y formó parte del grupo The Cabriolets, con el que debutó en 2007, cantando temas en inglés y español.

Ese mismo año grabó con su tío Miguel Bosé Como un lobo. En 2009 hizo su primer disco, Demo, en Nueva York.

Hasta el cine quiso probar y probó la artista en películas como El cónsul de Sodoma (2010), de Sigfrid Monleón; el corto Run a way (2012), de Diego Postigo; y Julieta (2016), de Almodóvar.

Cumplió pues su palabra: «Hasta el día que me muera estaré en construcción», y cumplió la leyenda de uno de sus tatuajes: «El cambio es la única constante en mi vida».

Sobrina de Miguel Bosé, prefería Bimba. Y no porque el apellido le pesara, todo lo contrario.

La libertad con la que la habían educado marcó su dirección como madre de Dora y June, de 13 y 5 años, fruto de su relación con Diego Postigo: «No quiero ser una madre que no dé libertad y no permita a sus hijos vivir sus experiencias. No digo que no haya que poner límites, digo que no te subas con el niño al columpio». Ella, de niña, nos contaba, era muy bruta y básica, le apasionaban los ladrillos y no había parque capaz de superar a una ferretería.

También escribió Ser madre, quería contar sus dos partos: uno en hospital y el otro en casa. Las ilustraciones del libro las hizo el diseñador del que era musa y sobre todo amigo David Delfín, actualmente también con cáncer.

De su etapa como modelo siempre habló bien: «Para mí era maravilloso. Me encanta la ropa, por eso he hecho unas camisetas con mi chico Charlie». Bautizaron aquella línea como Synchronic y para promocionarla salieron a la calle en calzoncillos y con las camisetas que habían creado, por supuesto en blanco y negro, que era como iba ella siempre. Hasta casi el final, que la pudimos ver con otros tonos.

Nos decía que el negro era su color y que en su armario todo era igual. Pantalones negros, americanas negras, camisas blancas y todo masculino, tan afín a ella y su ambigüedad y orgullo. El mismo con el que defendía: «Somos lo mismo todos con distintas cosas entre las piernas. El amor está más allá de la sexualidad»

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