DVD 1109 (01/06/22) Concierto de Rolling Stones en el Wanda Metropolitano de Madrid © Claudio Alvarez

Fuente: EFE

Cumplieron 40 años de carrera y a muchos ya les pareció que lo de los Rolling Stones era cosa del diablo. De ahí quizás la chulería de llegar a los 50 y rematar el nombre de aquella gira con un «y sumando», que en este 2022, con otra década más y otro tour, no ha hecho sino ratificar que sí, que son eternos.

Porque su música sigue vigente y, en la apertura este miércoles por la noche de su gira europea Sixty (sesenta) en el Wanda Metropolitano de Madrid, los más de 53.000 asistentes (el aforo completo, según la organización) volvieron a enloquecer ante Mick Jagger, Keith Richards y Ron Wood, como si la mayor parte de sus temas no llevaran hechos desde hace medio siglo.

Así fue con los incendiarios Paint It Black o Sympathy For The Devil, igual con un Midnight Rambler que no les fue a la zaga o, por supuesto, con (I Can’t Get No) Satisfaction como remate a dos horas de espectáculo y casi una veintena de cortes en los que hubo espacio para la sorpresa.

Por si cada show suyo no fuese excepcional per se, otras circunstancias hacían de esta una cita única, como que se haya celebrado el mismo día en que el benjamín del grupo cumplía 75 años.

Pero, sobre todo, porque este es su primer tour en Europa sin Charlie Watts. «Lo echamos mucho de menos», subrayó Jagger tras una cascada de imágenes al inicio de una velada que consagraron a la memoria de quien este 2 de junio hubiese estado también de celebración por sus 81 años.

Precisamente una de las grandes incógnitas de la gira recae en el papel de su sustituto a la batería, Steve Jordan, viejo conocido de la banda, que ha sabido ensamblarse en un colectivo bien armado con una pequeña sección de viento metal y virtuosos como el teclista Chuck Leavell, exmiembro de los Allman Brothers.

Ante un directo que suele ser muy pulcro, la otra gran duda era si el recinto respondería acústicamente en la misma medida.

El Wanda Metropolitano era el único estadio que les quedaba por conquistar a Sus Satánicas Majestades en la capital española tras asaltar en su visita previa en 2014 el Santiago Bernabéu y, especialmente, tras el largo romance con el Vicente Calderón desde su primera incursión en 1982, cuando entre rayos y truenos forjaron un vínculo especial con esta ciudad.

El sonido, afortunadamente, fue de una mezcla muy pastosa a una conjunción en la que a veces incluso en las gradas altas se distinguieron detalles, haciendo olvidar parte de los temores a este lugar tan afectado por los rebotes.

Desde primera hora de la tarde la normalidad fue la nota dominante en los accesos de un público que dio testimonio, por otro lado, de la enorme transversalidad de los Stones: nadie atrae a segmentos tan diferentes de población, especialmente en lo concerniente a edad y grosor de la cartera.

La Vargas Blues Band, con (el sobrinísimo) John Byron Jagger entre sus filas, fue la primera en estrenar el colosal escenario, sencillo para ellos si es que eso se puede aplicar a un frontal de 400 metros cuadrados pintados en colores muy españoles (rojo y amarillo) por el artista Mark Norton, el mismo que ha rediseñado el logo de la icónica lengua.

Hacia las 21 horas legó el turno del trío Sidonie, otra de las bandas «jóvenes» que demuestran en sus formas el influjo de los Stones 60 años después de su fundación. «¡Somos muy fans!», proclamaron, aunque luego animasen a los congregados con temas como «Me llamo ABBA».

«¡Hola, Madrid!», exclamó Jagger tras saltar a la pista junto a sus compañeros con un inesperado retraso de 15 minutos para la extrema puntualidad británica. Lo hizo enfundado en una chaqueta encarnada y bajo los acordes de Street Fighting Man, recordando que hubo un tiempo (concretamente 1968) en el que reivindicaban la toma de las calles en pro del activismo social.

En un repertorio muy similar al de su gira previa en EE UU poco hubo que esperar para Tumbling Dice, con espacio esta vez para rescatar asimismo canciones menos manidas como Sad Sad Sad o Living In a Ghost Town (de las pocas incorporaciones recientes a su patrimonio), y hasta algunas nunca antes interpretadas en vivo, como Out Of Time, de su disco Aftermath (1966).

Gracias a Beast of Burden, la escogida por los internautas españoles, en esa primera parte se pudo disfrutar del bello diálogo entre las guitarras de Richards y Woods, mientras Jagger recorría con paso aún ligero y danzarín los metros y metros de escenario, contoneándose como si de además de eterno fuese inasequible a los años.

Con Happy y Slipping Away, Richards reclamó más cuota de protagonismo al asumir momentáneamente el apartado vocal, aunque en honor a la verdad era fácil identificar por el ímpetu de la audiencia cuando se aproximaban los golpes más esperados: Honkey Tonk Women, Miss You o una colosal Midnight Rambler.

«¡Joder, Madrid, sois el mejor público!», proclamó un Jagger exultante.

Entre los clásicos habrá quien echara de menos Angie o un Brown Sugar (en español, azúcar moreno) que hace tiempo fue apeada de sus conciertos para evitar equívocos raciales, aunque sus autores han defendido que se trata precisamente de una denuncia de «los horrores de la esclavitud».

Aún sin esas balas no andan faltos de munición, como demostró la media hora final, desde Start Me Up al consabido broche con (I Can’t Get No) Satisfaction, justo después de rendir recuerdo a los horrores de la guerra en Ucrania.

Entre medias, no faltaron la cabalgata de Paint It Black, el magma de Sympathy For The Devil, el frenesí de Jumpin Jack Flash y, claro, Gimme Shelter.

Lo dicho, una lección más de eternidad.

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